Equivocados están; aquellos que se basan en criterios diagnósticos predichos.
Equivocado está el DSM edición cinco.
¿Dónde estaban cuando la agonía aquella de los poetas suicidas?
¿Dónde se habían metido?
¿Quién le dio a Alejandra Pizarnik ese montón de pastillas?
¿Dónde estaban cuando Alfonsina Storni se hundía?
¿No se dieron cuenta que con Florvela Espanca la tercera fue la vencida?
¿Quién llevó a la horca a Marina Tsvetaeva?
¿Quién lanzó a Amelia Roselli de la ventana aquella?
¿Quién obligó a Sylvia Plath a meterse a la estufa?
¿Quién llevó a Anne Sexton a ahogarse en el coche?
¿Dónde estaban cuando morían los poetas suicidas?
¿Quién empujó a Ana Cristina César del octavo piso?
¿Dónde está el testigo de la muerte de Antonia Pozzi?
Y el veronal, ¿Quién se lo consiguió a Teresa Wilms Montt?
¿Por qué nadie defendió a Misuzu Kaneko?
¿Quién ayudó a Virginia Wolf a llenar de piedras su abrigo?
¿Quién ayudó a Horacio Quiroga a que tomase cianuro?
¿Por qué no le quitaron su escopeta Boss calibre 12 a Ernest Hemingway?
Sobre Paul Celan, ¿Por que no vieron su tristeza?
¿Por qué dejaron que Cesare Pavesse se llenara de somníferos?
Con Ángel Ganivet no hubo remedio
¿Dónde estaban aquellos que pudieron evitar la muerte de Jacques Rigaud?
Y a Safo… ¿Por qué no la ayudaron?
¿y Georg Trakl?
José Asunción Silva, se disparó en el pecho y nadie lo evitó
Manuel Acuña ingirió cianuro de potasio y nadie lo impidió.
Pablo de Rokha murió con un disparo en la boca.
Jorge Cuesta se ahorcó
Y, Luis González de Alba se mató con una calibre 22, un domingo 2 de octubre, fecha elegida; mal día por elección.
Entonces, ¿Qué me deja el DSM en su quinta edición?
Una larga lista de muerte prevenibles, muchos diagnósticos errados; demasiadas similitudes y pocas intervenciones.
Si, se equivocan aquellos; los que escriben el manual diagnóstico y estadístico.
Se equivocan… los que se marcharon.
Hay historias que se cuentan con una mirada,
hay anamnesis que son una rendija donde el espíritu se asoma;
hay versos que son la apoptosis de un poeta
y tumbas que se esconden en cada estrofa.
Después de todo, quizás no es el DSM en su edición cinco el equivocado.