¿Qué será de mi cuando te mueras?
Ya no encontraré al amanecer,
el sosiego que me brinda tu palabra
ni el agrado perenne de tus besos;
ni tu abrazo resbalando por mi espalda;
ni quedarán al descubierto las pocas prendas que nos cubren en los sueños,
ni quedarán satisfechos los deseos,
ni quedarán resueltas las contenidas ganas.
Ya no prestaré oído a tu voz
ni tendrás la paciencia de escucharme.
Ya no extenderé mi brazo para que reposes tu cabeza en mi hombro,
y tu suspiro en mi alma.
Ya no encontraré eco en mi saludo,
ni estará la mejilla tuya,
para hacer frente a los ósculos traviesos.
El sol y la luna se turnarán el ritual por todos conocidos;
llegarán los días y las noches,
y no habrá de ellos para mi ni gloria, ni gracia, ni embeleso.
Mis pasos errantes tropezarán con los recuerdos,
y mis memorias quedarán suspendidas en el sopor de un dolor añejo.
Mi refugio será la pusilánime petición:
La imploración de una muerte inminente;
porque desde el instante en que fallezcas,
cuando el último aliento se vaya de tu cuerpo,
también habré fenecido, también quedaré inerte.
Estaré silente en el ataud que te cobija,
aislado en el sepulcro que te resguarda,
devastado en el rezo que se eleva,
deshecho ante la execrable partida,
renegando del cielo que me cobija;
abandonando la fé que profeso.
Por eso te imploro amada mía;
—por esta ocasión no quiero ser honorable caballero—;
prefiero irme primero,
porque sin ti no sé lo que haría,
porque sin ti nada tengo.
Publicado en la Revista Sombra del aire -Lectura crítica como forma de vida- en julio de 2021.